Un mundo flotando entre cielo y agua

jueves, 2 de septiembre de 2010

1722. Siglo XVIII de nuestra era. Una pequeña flota compuesta por tres barcos cruza el Pacífico al mando del capitán holandés Jacob Roggeveen. Tras doblar la esquina del continente americano por el sur (Cabo de Hornos), suben hacia las islas Juan Fernández y después desvían su rumbo ligeramente hacia el norte.


Aunque su destino era explorar la tierra austral, en su agenda también estaba intentar encontrar la llamada Tierra de Davis, esa fabulosa isla llena de riquezas que había sido descrita por el pirata inglés Edward Davis. Pasaron al menos 16 días sin que vieran otra cosa que cielo y agua. Es increíble y absolutamente fascinante como lograban los antiguos marinos orientarse en la inmensidad del infinito océano.

De repente, los imprevistos: la flota se ve sorprendida por una tormenta que la envuelve, zarandea y termina por modificar ligeramente su rumbo; a duras penas si consiguieron poder mantener los tres barcos juntos o a la vista. Cuando llega la calma, se adentran en una densa niebla por unas horas. Cuando ésta se disipa, bandadas de pájaros surcan el cielo, indicio claro de la proximidad de tierra. En efecto, a la mañana siguiente, en lontananza se vislumbra la borrosa silueta de lo que parece ser una isla solitaria.

En una primera apreciación, la descripción no coincide con la buscada Tierra de Davis tal como la habían oído. Se puede ver que la isla no es muy grande, algo montañosa, pero parece árida y pobre, apenas si tiene vegetación y además hay que recordar que está tremendamente aislada, muy lejos de cualquier parte. Todas estas razones inducen a pensar al capitán Jacob Roggeveen que la isla no puede estar habitada.

Sin embargo, según el barco se iba acercando a ella, se aprecian varias columnas de humo blanco que se elevan buscando el cielo desde distintas partes de la isla. Esto llama la atención del capitán, que se lleva de inmediato las manos al catalejo para observar la isla con más detalle. Lo que ve entonces, le enmudece: junto a la costa divisa varias decenas de enormes y extrañas estatuas; parecen cabezas de gigantes talladas en piedra y observa que muchas están dispuestas en filas, la mayoría de espaldas al mar…


- ¿Qué es esto? ¿Dónde demonios estamos? ¿Quién y con que fin ha podido hacer esto? Y… ¿Cómo habrán podido mover y levantar esos monstruos?

En efecto, en esa isla no parecía haber nada, excepto esos monstruos gigantes de piedra. La tierra es árida, erosionada, sin un solo árbol y no había ningún vestigio de civilización organizada que pudiera haber hecho esto.

El capitán, perplejo, ordena de inmediato que se eche el ancla a unos 2 Km. de la costa, mientras el resto de la tripulación se disputa el catalejo para ver de cerca a esos gigantes de piedra.

- Bien, parece que no estamos solos en la inmensidad del océano. Necesitamos renovar el agua y recoger provisiones. Está anocheciendo y no es prudente desembarcar ahora, pero mañana con la luz del día habrá que echar un vistazo a esta extraña isla; algo me dice que vamos a encontrar aquí muchas sorpresas

Al día siguiente, y cuando no habían transcurrido muchas horas desde el amanecer, una especie de objeto oscuro se acerca navegando hacia el barco que se hallaba anclado cerca de la costa. Según se va acercando, se puede ir vislumbrando poco a poco de que se trata. Parece una pequeña canoa cargada con una serie de bultos y, detrás, destaca la blanca sonrisa de un hombre que impulsa la pequeña embarcación con sus remos…

- No parece peligroso, dejadle que se acerque, ayudadle a subir a bordo y veamos lo que quiere…

* * *

El 5 de abril del de 1722 es descubierta por los europeos esta pequeña isla en medio de la nada. Era el día de Pascua y de ahí toma su nombre, el cual ha permanecido inmutable hasta la actualidad, si bien los lugareños prefieren llamarla Rapa Nui. Sólo tiene unos 55 Km. de circunferencia, 165 km² de superficie, es una tierra semi-desértica de origen volcánico, y es el pedazo de tierra habitada más aislado del mundo. Se encuentra a 4.800 km. de Tahití y a 3.800 km. de las costas de Chile.

La isla de Pascua encierra una de las historias, rodeada en su propio halo de misterio, más grandes y fascinantes de la humanidad.Un mundo remoto donde los haya y perdido entre cielo y agua, en la inmesidad del océano.
El enigma se sustenta en las casi mil estatuas de piedra llamadas "moai" que pueblan la isla. Y la pregunta es –tal como se la hacía el capitán Jacob Roggeveen- quién, por qué y cómo pudo construirlas y, finalmente, como pudieron desplazarlas y erigirlas en un lugar tan poco poblado, que carece de árboles y metales para fabricar las más elementales herramientas.

¿Qué ha ocurrido aquí?

Para explicar la presencia de los colosos se han elaborado todo tipo de teorías, incluso inverosímiles como la existencia de fuerzas misteriosas capaces de moverlas o incluso la visita de extraterrestres. Pero, por mucho que nos apasionen los misterios, la explicación hay que buscarla en los habitantes humanos de esta isla.

Los primeros pobladores llegaron hacia el año 800-900 de nuestra era y lo hicieron en balsas o canoas, provistos con algunos víveres básicos, tan sólo algunos tipos de plantas y unas pocas gallinas. Si fascinante e increíble nos parece el viaje de Jacob Roggeveen a través del océano Pacífico, sin palabras nos quedamos al pensar en cómo llegarían esos primeros habitantes en simples canoas o balsas, procedentes de otras islas situadas miles de Km. hacia el oeste, pues se sabe que la colonización de la Polinesia fue en la dirección oeste-este. Se cree que los primeros habitantes de Pascua procedían o debieron hacer escala en las islas de Mangareva, Pitcairn o Henderson, que son las tierras más cercanas; aún así están a más de 2.000 km. de Pascua.

¿Acaso hubo otras tierras más próximas ahora sumergidas?

Los nativos cuentan que su rey Hotu Matúa soñó que un cataclismo iba a abnegar sus tierras, por lo que se proveyó de plantas y gallinas y se hizo a la mar con 50 tripulantes y dos grandes canoas. Puso rumbo al oeste y, tras varios días de navegación, tuvo la suerte de toparse con la actual isla de Pascua, para poner el germen de lo que sería una de las civilizaciones más increíbles de todo el planeta.

Diferentes investigaciones han reconstruido el ambiente de la isla de Pascua antes de que llegara el hombre. No era un baldío, sino un tupido bosque de grandes árboles, con una rica fauna y flora, y un mar generoso de especies y aves marinas, aunque con menos corales o mariscos que otras islas polinesias.

Así pues, los primeros colonos polinesios se encontraron con una tierra relativamente fecunda, con un hábitat propicio en el que prosperaron y se multiplicaron.

Hacia el año 1.000, la sociedad de Rapa Nui alcanzó su máximo apogeo y experimentó un fuerte aumento demográfico, iniciándose la construcción de centros ceremoniales de culto a los antepasados, representados a través de esas gigantescas estatuas de piedra que ya conocemos: los moais. Se construían en la ladera del volcán Ranu Raraku y allí se encuentran aún 397 moais sin terminar, lo que hace pensar que la tarea de tallado fue abandonada en forma repentina. Entre estos moais se destaca uno de 21 metros de alto, el más grande de entre todos los encontrados, que no llegó a ser desprendido de su roca base. Creo que el afán de competencia y la megalomanía humana tienen aquí un claro ejemplo de su límite.


Los moais terminados fueron colocados en su momento en diversos lugares. Más de 600 de ellos han sido encontrados a lo largo y ancho de la isla. Muchos miden entre 10 y 12 metros y tienen un peso de alrededor de 50 toneladas.

Las estatuas talladas en la cantera debían trasladarse a sus definitivos enclaves junto a la costa, en la zona dominada por el clan para el que se había construido. ¿Cómo podían mover tales moles?

Por supuesto, no podemos saberlo con seguridad y hay varias teorías que intentan explicarlo con diversos ingenios en base a trineos, palancas, balanceos, cama de troncos, etc. Pero cualquiera que fuese el sistema, éste debía contar el concurso inexorable de muchas personas, con mucho tiempo y mucho alimento para poder realizar tamaño esfuerzo.

Todo debía estar muy bien organizado. Para entonces, la sociedad estaba ya fuertemente estratificada, dividida en extensos linajes, cada uno de los cuales controlaría un determinado territorio; había que reflejar el poder y la cohesión de cada uno de estos clanes, entre los que habría una gran competitividad. Cada uno tenía su propio jefe político, el Ariki Mau, autoridad suprema de carácter hereditario, y había también una casta sacerdotal, encargada de mantener las tradiciones religiosas y el culto a los antepasados. Esto sucede comúnmente en otras civilizaciones humanas basadas en la agricultura y la ganadería, donde los excedentes alimentarios obtenidos procedentes de éstas permiten el mantenimiento de castas políticas, religiosas y burocráticas.

Se calcula que, en el momento de máxima expansión, hubo en la isla cerca de 20.000 habitantes. La creciente población comenzó a talar el bosque más rápidamente de lo que podía regenerarse. Se talaban los árboles para los trineos, bases o estructuras de troncos que servían para transportar a los cada vez mayores moais pero, sobre todo, la gente talaba para crear zonas de cultivo y para muchos otros fines: hacer casas, canoas, herramientas, para leña y para diversos otros temas, como para incinerar a los muertos.

En esa etapa, la sociedad dedicaba su existencia al culto y a la fabricación, transporte, alzamiento y adoración de estos gigantes de piedra. Además, por la competición entre los clanes, los moais cada vez se hacían más grandes y más espectaculares. Si alguien era capaz de ver que aquello era una locura desenfrenada y que era peligroso seguir así, a buen seguro no sería escuchado, cuando no castigado.

En un lugar tan aislado como Pascua no habían otras válvulas de escape, como hubieran podido ser el comerciar con otras islas próximas, invadir, explorar, colonizar, emigrar, etc. Por ello todas las energías se concentraban en la construcción de los famosos moais.

Cada vez más estatuas, cada vez más gente y cada vez más recursos de la isla eran dedicados al mantenimiento de esos rituales y a tratar de sostener a esa población creciente.


El aumento de la población hizo que la presión sobre los recursos y la competencia entre los distintos linajes fuera más intensa. La situación llegó al límite cuando la deforestación casi total de la isla impidió la sostenibilidad del sistema.

Y no sólo la madera como tal, también los cocos de palmera, las manzanas malayas y otros frutos que había en ciertos árboles desaparecieron con ellos. Las ratas que abundaban por toda la isla y que habían llegado como polizones ya en las embarcaciones de los primeros pobladores, ayudaron también a no permitir la reproducción de los árboles cuyos frutos eran roídos por ellas.

Y no sólo los bosques se agotaron. Debido a una caza abusiva, también lo hicieron la totalidad de las aves terrestres y casi todas las marinas que, acosadas, acabaron por sólo anidar en los islotes rocosos próximos a la isla, donde quedaron confinadas. Y, al no haber madera de calidad para hacer buenas y fuertes canoas, ya no se pudo ir a pescar a alta mar y las preciadas marsopas, los atunes y otros peces grandes desaparecieron también de la dieta alimenticia de los antiguos pascuenses.

Cuando el bosque desapareció, la vida se volvió mucho más complicada: la tierra, desnuda y sin protección, se fue erosionando por el viento y la lluvia, lo que la hizo más pobre y menos apta para el cultivo. Los rendimientos de las cosechas descendieron en picado… y comenzó a ser cada vez más duro encontrar comida.

Con la desaparición de excedentes, la isla de Pascua ya no pudo alimentar a jefes, burócratas y sacerdotes. El caos y las disputas locales reemplazaron al gobierno y una clase de guerreros tomó el poder. La población empezó a colapsar, reduciéndose hasta llegar a ser un décimo de lo que había sido. Finalmente, los clanes empezaron a derribar los moais de sus rivales. Se producían constantemente las hostilidades entre los grupos, produciendo un clima de permanente violencia y crisis social.

Y el fantasmagórico aspecto de la cantera de Ranu Raraku: cientos de moais a medio hacer; el panorama de la otrora bulliciosa y concurrida zona, se hallaba en un silencio que helaba la sangre. Es como si, de repente, todo hubiera sido abandonado, dejando cada cosa como estaba, con el tiempo detenido, como si los trabajadores hubieran tenido que salir de súbito corriendo por algún inminente peligro.

La civilización pascuense sucumbió victima de su propia grandeza al agotar todos los recursos naturales necesarios, de tal forma que, cuando los europeos llegaron, se encontraron así la isla: empobrecida, árida, sin árboles, muchas de las estatuas tiradas por el suelo y con la población totalmente diezmada. Todo lo que tenía que ocurrir había ocurrido ya. Lo que encontraron fue el declive de una civilización.


Ojalá los antiguos pascuenses hubieran podido huir a alguna parte, como suelen hacer normalmente otras civilizaciones cuando se agotan los recursos de una zona, buscándolos en otra nueva. Ojalá hubieran podido pedir algún tipo de ayuda a alguien, ojalá hubieran tenido noticias de otras civilizaciones a las que les hubiera ocurrido algo parecido y hubieran podido rectificar a tiempo.

Pero estaban completamente solos, incomunicados, a miles de Km. de ninguna parte, en un pedazo de tierra de recursos finitos y que no supieron administrar.

Y sin recursos ni madera para poder hacer ya nuevas embarcaciones, quedaban aislados, perdidos en un inmenso espacio azul, confinados en un pequeño mundo flotando entre cielo y agua.


Reflexiones y preguntas

No hemos pretendido hacer un estudio exhaustivo y detallado de la antigua civilización de la isla de Pascua. Esto lo podemos encontrar en los muchos textos que hay sobre el tema y a nada que busquemos un poco por la red. Al contrario que aquellos habitantes de Pascua, hoy vivimos en el mundo de la información globalizada y tenemos de forma fácilmente accesible una ingente cantidad de ella; Incluso, a veces, demasiada... y nos conviene aprender a seleccionar la más sesgada de aquella que más nos interesa.

Hemos decidido inaugurar con esta historia nuestra singladura en MAS ALLA DEL BOSQUE, porque la historia de la antigua civilización que pobló la isla de Pascua nos parece ejemplarizante y creemos que nos puede brindar lecciones de lo que el ser humano es capaz de hacer y también podemos tomar lecciones de lo que no se debe hacer.

Una vez expuesta esta historia, nos surgen una serie reflexiones que queremos compartir con todos vosotros.

¿Es la historia que se ha contado aquí una elocuente muestra de nuestro futuro como planeta?

No queremos dar la imagen de catastrofismo que algún lector podría inferir de la pregunta. A donde queremos llegar es a que reflexionemos sobre el hecho de que, obviamente, en la isla de Pascua se daban unas condiciones muy específicas de aislamiento y que, de no haber sido así, los pascuenses, antes que colapsar, habrían escapado a otro sitio aún sin explotar, habrían podido pedir ayuda y haber recibido más recursos de otro lugar o, incluso, podrían haber invadido otras tierras o a otras civilizaciones, etc.

Pascua está asilada en el Pacífico, a miles de Km. de ninguna parte, y nada de esto podían haber hecho, pero… ¿no es cierto que nuestro planeta, La Tierra, está igualmente asilada en el Universo? De aquí se desprende que debamos humildemente tomar nota de esta pequeña historia que acabamos de contar.

Tan aislado estaba Pascua en medio del Pacífico como lo está La Tierra en medio del espacio, a años luz de ninguna parte. La humanidad está poco a poco erosionando los recursos del planeta, todos hemos oído hablar de ello. Cada vez somos más, todos lo sabemos. Y, como en Pascua, de nuevo población creciente contra recursos decrecientes.

Además, la distribución de los recursos es muy desigual entre los habitantes del planeta y eso puede generar una presión, porque los que tienen menos pueden querer tener lo mismo que los que tienen más.

Y, por ahora, tampoco nosotros podemos pedir ayuda a otras civilizaciones extraterrestres ni podemos escapar por el espacio a habitar otro planeta. Hasta aquí esta historia nos recuerda a la otra.


Sin embargo, y a pesar de las innegables y sobrecogedoras similitudes –por otro lado inherentes a la humanidad en si misma-, no tenemos por qué seguir los pasos de la antigua civilización de la isla de Pascua, porque nosotros tenemos algo más: lo sabemos. Tenemos la oportunidad de aprender de los errores que cometieron las civilizaciones del pasado, tenemos a nuestro favor el conocer la experiencia de los otros que han pasado por situaciones similares. Esta es una ventaja con la que los antiguos pascuenses no contaban.

Tenemos además ciencia, tecnología, una unificación informativa y de comunicación a nivel de prácticamente todo el planeta, de manera que podemos unirnos y coordinar las acciones necesarias para regular la natalidad, así como para el reparto y consumo sostenible de los recursos de este planeta. Es muy posible que "todos" podamos vivir más con menos. Otra cosa es que estemos dispuestos a hacerlo.

Sólo tenemos que ser conscientes del problema y no dejarnos llevar como si a nosotros no nos fuera a tocar. Todos estamos en el mismo barco, por ahora en el único que conocemos que sea capaz de crear vida... y navegar con ella por el Universo.

Todo esto es lo que proponemos reflexionar y os invitamos a participar dejando vuestros comentarios…



 
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