El misterio de la vida

sábado, 13 de noviembre de 2010


1953. Un joven estudiante de doctorado de la Universidad de Chicago concibió y llevó a la práctica un experimento cuyos resultados habrían de constituir uno de los descubrimientos científicos más importantes del siglo XX.

Se llamaba Stanley Miller y era estudiante en el laboratorio del prestigioso químico Harold Urey (premio Nobel de Química en 1934). Por su cabeza deambulaba una idea y, un buen día, después de meditarlo mucho, se atrevió a proponer al profesor su plan de cara a su tesis doctoral.

- Profesor Urey, creo que ya sé cuál va a ser el tema de mi tesis… Permítame que le cuente, porque creo que voy a necesitar su ayuda…

 - ¿De qué se trata? preguntó el profesor, mirando atentamente a su joven alumno con cierto aire de curiosidad en su expresión.

Y el joven Miller, lleno de ilusión, prosigió narrando su historia al profesor...

- La idea es intentar reproducir en el laboratorio las condiciones que suponemos tendría la atmósfera primitiva de la Tierra justo antes de que apareciese la vida. Ya sabe, usted mismo lo ha repetido infinidad de veces: hidrógeno, metano, amoniaco y… agua.

 - Si, Stanley, como ya hemos hablado en otras ocasiones, parece que esos serían los componentes de la atmósfera primitiva de nuestro planeta justo antes de que la vida comenzara, hace casi 4.000 millones de años. Es la tesis de Alexander Oparin que, como sabes, comparto plenamente. Él sostenía que entonces no había oxígeno en la atmósfera y la vida debió empezar en base a las reacciones químicas que estos componentes básicos reductores iniciaron. Pero… ¿cuál es tu plan para recrear ese escenario en un laboratorio?

Pero Miller no se dejó sorprender... también había estado pensado en eso...

- Profesor Urey, mi idea es que me ayude a crear un circuito cerrado de vidrio y a insuflar en él los tres gases: metano, hidrógeno y amoniaco. En este circuito pondríamos también un matraz con agua, la cual haríamos hervir; se generaría una corriente de aire caliente y vapor de agua. Ya tendríamos mezclados los cuatro elementos juntos que se desplazarían por el circuito: la atmósfera primitiva estaría simulada.

- Pero, vamos a necesitar alguna forma de energía para forzar las reacciones químicas…

- Sí, he pensado en ello, profesor –dijo Miller, que parecía esperar la pregunta-. Haríamos pasar la mezcla de gases por una campana con unos electrodos que, periódicamente, lanzarían descargas eléctricas, a modo de los relámpagos de la atmósfera primigenia… Ya sólo restaría sentarse y esperar a ver que ocurre…

Inicialmente, el profesor Urey quedó complacido –incluso entusiasmado- por la idea de llevar a la práctica el atrevido plan su joven alumno… pero a medida que iba pensando y madurando la idea, empezó a surgir su espíritu crítico y a mostrarse escéptico.

- Stanley, no creo que lo consigamos… Seguramente se realizarán las reacciones químicas, pero darán lugar un sinnúmero de compuestos orgánicos cuyo análisis requeriría mucho tiempo y esfuerzo. Y probablemente obtendríamos resultados anárquicos, nos costaría obtener alguna conclusión en alguna dirección concreta. ¿No te das cuenta? Sería como buscar una aguja en un pajar… Y no quiero decir con esto que no estés capacitado para hacerlo; sólo que… ¿no prefieres escoger como tema de tu tesis algo más fácil, algo más previsible que te pueda garantizar un resultado más…

- No, profesor Urey -interrumpió Miller, con esa tozudez y rebeldía propia de la juventud - le repito que quiero llevar a cabo ese experimento. Llevo mucho tiempo pensando en él y estoy dispuesto a asumir el posible fracaso… Y le recuerdo que fue usted quien me lo inspiró, usted siempre ha defendido y nos ha inculcado las ideas de Alexander Oparin y de John Haldane para comprender el origen de la vida….

El profesor Urey estaba seducido por la idea, pero tenía que atajar aquello, porque no lo veía adecuado como tema para una tesis doctoral. 

- Está bien, Stanley. Pero tienes 6 meses, un año a lo sumo, para probar tu idea. Si transcurrido ese tiempo no tienes resultados claros, deberás renunciar a tu propósito y aceptar otro tema para tu tesis que yo te propondré.

Dentro del espíritu crítico del profesor Harold Urey, también había un joven emprendedor lleno de ilusión. Y él, más que nadie, deseaba que ese experimento funcionase…

* * *

Al cabo de una semana, un líquido amarillento se fue almacenando en uno de los codos del tubo de vidrio. Miller procedió al análisis cuidadoso de esa sustancia y comprobó que la mezcla contenía moléculas algo más complicadas que aquéllas con las que había comenzado: encontró numerosas moléculas orgánicas, entre las que se encontraba la urea y varios aminoácidos de los presentes en los seres vivos…

No, no se habían formado anárquicas sustancias orgánicas, ni tampoco excesivamente numerosas. Y entre ellas había varias moléculas conocidas y concretas… todas ellas biomoléculas esenciales en los seres vivos. Los ladrillos de la vida habían aparecido de forma espontánea a partir de materia inorgánica.

Posteriormente se han realizado experimentos similares y se han obtenido aún más variedad de moléculas fundamentales de los seres vivos de forma experimental.

Sin embargo, la euforia de estos experimentos se ha visto ensombrecida en los últimos años, al irse acumulando pruebas de que quizá la atmósfera primigenia de la Tierra no tenía la composición que había presupuesto Miller en su experimento…

Mientras se debate o no este tema de la atmósfera primitiva, los científicos también han aportado otros escenarios donde pudiera haberse dado esas primeras reacciones químicas de la vida, productoras de biomoléculas. Nos estamos refiriendo a las fumarolas volcánicas en los fondos marinos, donde hay también esos tipos de moléculas reductoras iniciales básicas y las altas temperaturas allí reinantes serían la fuente de energía para las reacciones químicas.

Y, por otro lado, también existe la teoría de que la vida no se haya forjado en nuestro planeta y que proceda del espacio exterior. Y no estamos hablando de misterios esotéricos ni de naves extraterrestres; se han descubierto biomoléculas en meteoritos procedentes del espacio y se ha comprobado también que muchas moléculas orgánicas básicas para la vida se encuentran ahí fuera; se han detectado mediante radioastronomía en nubes de polvo galáctico y en las estelas de los cometas, hasta en el mismísimo Halley. Por tanto, podría ser que la vida, la aparición de esas primigenias biomoléculas en la Tierra, fuera debida a que han sido insufladas desde fuera de nuestro planeta.

Pero esta cuestión, a la que tantas vueltas se han dado, no es realmente tan importante. Lo relevante es que, de un modo u otro, sea aquí en la Tierra o procedente del espacio, la materia inorgánica puede generar espontáneamente a la materia orgánica. Este es un hecho incuestionable hoy día y supone un primer paso para la formación de la vida.

Pero hasta aquí todo lo que podemos narrar con un razonable grado de seguridad y con un cierto respaldo experimental. No todo es tan fácil como parece y la sombra del misterio se cierne sobre nosotros a partir de aquí, una vez que ya tenemos los ladrillos de la vida formados.

¿Qué clase de necesidad tuvieron esos elementos químicos primigenios para auto-organizarse y hacerse más complejos hasta el punto de dar lugar a un ser vivo? ¿Qué les impulsó a ello? ¿Y cómo comenzó la vida a auto-replicarse? ¿Y cómo empezaron a hacer uso del código genético?

Realmente, el ser vivo más rudimentario es una auténtica obra maestra de la organización y es extraordinariamente complejo…


* * *

Sabemos cómo ha podido ser el principio y sabemos también  cómo ha podido ser la evolución a partir de cierto momento avanzado de la historia de la vida, pero desconocemos los pasos intermedios para llegar a ese punto. Hay distintos modelos, teorías o líneas de trabajo que tratan de explicarlo, pero la realidad es que nadie lo sabe a ciencia cierta. Nadie ha estado allí para observar los acontecimientos y es ardua tarea tratar de inducirlos o inferirlos, reconstruyendo la historia de miles de millones de años.

Lo que sí sabemos es que la vida, como quiera que se haya formado, es solo una. Todos los seres vivos que subsisten, crecen y se reproducen en este planeta, se mantienen y propagan de la misma manera. No importa que nos refiramos a plantas, hongos, bacterias o a la inmensa variedad del mundo animal: todos tenemos los mismos componentes y todos usamos los mismos mecanismos heredados sin lugar a dudas de una forma de vida ancestral común.

Pero... ¿Cuál era la forma ancestral de la que descienden todos los seres vivos conocidos? ¿Cómo apareció? ¿Por qué? ¿De dónde vino? Dicen que se llamaba LUCA (Last Universal Common Ancestor) pero no le hemos conocido. Desapareció en la densa niebla de los tiempos.

Y hay algo que parece claro. La vida surgió en un momento determinado y ya nunca más lo hizo,  nunca más volvió a intentarlo de nuevo. Probablemente porque las condiciones que la misma vida iba imponiendo  al fluir, eran incompatibles con el nacimiento de la vida tal cual nació. ¿Un suceso irreversible e… irrepetible?

Sabemos también que la vida va “contra natura”, contra el equilibrio termodinámico natural. Nos explicamos. Un sistema está en equilibrio termodinámico cuando la materia y la energía del mismo están homogéneamente distribuidas en él. Este estado es considerado como el de máximo desorden o entropía que puede tener. El Segundo Principio de la Termodinámica nos asegura que un sistema cerrado va a tender siempre por ley natural a esa homogeneidad o equilibrio.

Por ejemplo, si metemos una bolsa de agua caliente en una bañera fría, es detectado un desequilibrio termodinámico y el agua de la bolsa poco a poco tenderá a irse enfriando hasta que tenga la misma temperatura que la del resto de la bañera. El Segundo Principio aplica su ley.

Bien, pues la vida es un sistema cerrado que vence esa tendencia y escapa al establecimiento del equilibrio termodinámico que la destruiría. Para ello se sirve de su relación con el exterior y de una serie de mecanismos internos productores de energía que ayudan a luchar contra la tiranía del Segundo Principio. Y esta es una de sus principales claves…

¿Cómo pudo la vida aprender a detectar y a luchar contra eso?

* * *


Se sabe que la vida  apareció en cuanto la Tierra apenas empezó a enfriarse, a crear una mínima corteza estable y descendió el constante bombardeo de meteoritos. Le faltó el tiempo... Pareciera que la vida es una necesidad química, que está deseando aparecer en el momento en que se dan las mínimas condiciones que la hacen posible. Y si esto es así, deberían ser muchos los planetas del universo que albergaran vida.
Sin embargo, las condiciones que se han dado en nuestro planeta para el nacimiento de la vida son muy especiales, muy precisas, lo cual relativiza mucho la supuesta aparición automática de vida en otros planetas, pero esto no significa que no pueda darse en la inimaginable grandeza  del universo y en la inmensidad del tiempo con que ha contado.
Instintivamente pensamos que debería haber otras vidas. Sólo en nuestra galaxia hay entre 200 mil millones y 400 mil millones de estrellas y se estima que hay más de cien mil millones (1011) de galaxias en el universo observable. ¿No habrá ningún mundo que reúna las mínimas condiciones para abonar a una vida, como hemos visto, ávida por surgir?
Dadas las condiciones de la Tierra primitiva, la vida no tuvo por menos de iniciarse, igual que el hierro no tiene por menos que oxidarse en el aire húmedo. Cualquier otro planeta que se parezca física y químicamente a la Tierra debe desarrollar inevitablemente vida, aunque no necesariamente inteligente.


La falsa medida del hombre
Antes de Copérnico y Galileo, la Tierra, nuestro planeta, era el centro del universo.  Y la posición del hombre era totalmente cómoda y estaba totalmente decidida. El ser humano era la cosa más poderosa del universo, tenía fe absoluta en un Dios único y todopoderoso que había creado al hombre y, en cierto modo, le había cedido parte de su poder sobre los demás seres y las cosas. Se tenía la certeza del carácter excepcional del hombre.
Pero se descubrió que era finalmente la Tierra la que giraba en torno al Sol y también los demás planetas. Primero Kepler y después Newton nos daban una explicación de los mecanismos y las leyes de movimiento de los cuerpos celestes, del mundo inerte. El ser humano y su mundo no tienen más remedio que descender algunos peldaños en su pedestal.
Hemos sabido que La Tierra no es sino un planeta más, cercano a un estrella de tamaño medio, situada en una esquina de una de las miles de galaxias que pueblan el universo, perdida en la inmensidad del vacío, como una insignificante mota de polvo.
Darwin demostraba que la evolución era una realidad y que nosotros formamos parte de ella.  Todos los organismos que viven en un medio serán sometidos a las características –a la presión- del mismo y serán seleccionados en función de que sean capaces de sobrevivir o no en él. La especie que mejor se adapte -y logre obtener una mayor descendencia- poco a poco irá prevaleciendo sobre otras que compitan por los mismos recursos.
Darwin mostró que el  mundo viviente funciona sin intervención divina y que la especie humana no es especialmente distinta de las demás. Un nuevo golpe para la humildad humana del que tardó en recuperarse, si es que lo ha hecho aún totalmente.
La teoría de Darwin no intenta explicar el origen de la vida como tal, sino la diversidad biológica que observamos. ¿Cómo surgió la vida?, esa es otra historia…
Por otro lado, cada vez avanzaremos más en la exploración de la vida en el espacio exterior. Si se descubriese vida  o seres inteligentes fuera de la Tierra habría una nueva conmoción, porque relativizaría todavía más la importancia del ser humano en el universo…

La ciencia ha cambiado nuestra forma de concebir la naturaleza humana y ha alternado también nuestra forma de concebir las relaciones humanas con el mundo.

El ser humano busca un sentido a la vida 
Desde épocas prehistóricas, el ser humano ha debido hacerse muchas preguntas. Seguramente se ha  sentido pequeño observando el sol ponerse cada día, se ha embelesado observando por la noche a la Luna  o las estrellas y se ha encogido su corazón ante las catástrofes naturales que le han sorprendido una y otra vez. Y ha necesitado respuestas…

El ser humano no puede vivir en el caos, en la incertidumbre, en la ignorancia. Siempre ha necesitado dar un significado al mundo y, por ende, un sentido a su existencia.


En todas las sociedades, siempre ha habido un relato fundamental que explica lo que ocurrió antes de que el mundo fuera lo que es, con una historia que tiene un principio, una creación y también un fin. Nace con la intención de explicar el origen del mundo, los fenómenos naturales y cualquier otra cosa para la cual no exista una explicación simple. Dicha historia, sirve además como norma de actuación y justificación de las actividades humanas.

Sentados hoy cómodamente a este lado de la evolución, con toda la vida exuberante, diversa,  organizada y ya formada ante nosotros -con todas las maravillas que vemos,  estudiamos y sabemos de la naturaleza- nos parece, de forma instintiva, que esta organización de lo vivo tan bien hecha debe tener una razón de ser, una dirección, un objetivo. Ese devenir de lo simple a lo complejo no parece que sea algo que esté en manos del azar.
No es pues extraño que se pueda pensar que la vida pudiera haber surgido mediante la acción directa de un Creador. Y no sólo por lo que piensan los creacionistas más estrictos, sino también personas que comulgan con principios religiosos más razonables. Incluso fuera de ámbitos teológicos, parece haber un cierto vitalismo, algo intangible que prevalece, que da forma y sentido a todo. Es realmente casi inevitable y no podemos negar que algo de eso innato hay en todos nosotros.
Además, un punto de vista naturalista del origen de la vida no excluye necesariamente la creencia en la figura del Creador o de Dios, pero al menos si obliga a revisar la imagen o la posición que tenemos del mismo. Quizá la cuestión sea que debamos colocarlo únicamente al principio de la creación, cuando todo empieza, cuando el espacio y el tiempo surgen de la nada y se dan la mano;  o quizá sea que Dios haya creado las leyes físicas y químicas fundamentales del universo y después se ha retirado para no volver a intervenir en el devenir de los acontecimientos. O quizá sea, en fin, que sólo haya  empujado a las primeras biomoléculas en la dirección adecuada para alcanzar el orden y la complejidad necesaria. Nadie lo sabe… y cada cual es libre de tener su propia interpretación.
Y también tenemos el tema de la trascendencia. ¿Tanto para nada? ¿Un final? Siempre se trata de buscar una solución de continuidad en “otras vidas”. No podemos asumir que nuestra vida llega un momento que se acaba; sería demasiado fútil. Nos aterra el concepto de no existir. ¿Podemos imaginarlo? Sentimos un enorme vacío…

Sin embargo, todo puede deberse a unas causas y unos mecanismos reales y naturales que pueden ser explicados. Lo que sucede es que han quedado perdidos en el tiempo, no los conocemos -y quizá nunca lleguemos a hacerlo- y eso nos angustia. Nos asusta caer en el pozo eterno de la ignorancia.
La ciencia ha atado muchos cabos y puede que algún día nos desvele en su totalidad en puzzle entero del misterio de la vida, al igual que nos ha desvelado otros muchos secretos.
A grandes rasgos entendemos como pueden haber evolucionado las moléculas biológicas a partir de precursores simples presentes en la joven Tierra. Sin embargo, sigue siendo un misterio como las proteínas, los ácidos nucleicos y las membranas llegaron a interactuar de forma tan compleja.

Parece que cada vez estamos más cerca de desvelar el misterio de la vida, pero la investigación sobre este tema es como un laberinto con muchas rutas y aún no hemos explorado a fondo todas ellas para saber cuáles conducen a un callejón sin salida.

Y seguramente la vida no haya surgido mediante reacciones químicas improbables que acabaron teniendo éxito sólo porque se disponía de muchísimo tiempo. No, la vida se produjo por medio de una química probable y eficiente que se dió cuando hubieron las condiciones apropiadas para ello. Hay pues una ruta concreta que atraviesa el laberinto; sólo nos resta encontrarla.

Pero la gran pregunta sigue ahí… ¿Cuál es el sentido de la vida?
Y…  ¿Tiene sentido preguntarse por el sentido de la vida?



Reflexiones y… preguntas
Hemos ido desarrollando el tema y, a medida que íbamos avanzando, hemos visto que, a pesar de lo mucho que la ciencia ha avanzado y nos ha enseñado, es también aún mucho lo que no sabemos.
Quizá se tiene la sensación con este tema de que, cuanto más sabemos, más sabemos que no sabemos…
Hemos visto temas clave sobre la vida, pero también nos han ido surgiendo preguntas… y reflexiones, por doquier, sin necesidad de haber llegado a este capítulo final dedicado a ello.
De modo que podemos volver a releer el texto entero con calma y tendremos material sobrado para reflexionar y preguntarnos cosas; a buen seguro, cada uno de nosotros tendremos nuestras propias inquietudes, nuestros propios anhelos, nuestras propias conclusiones, nuestras propias preguntas y… nuestras respuestas; en definitiva, nuestra propia filosofía de la vida.

FIN


Bibliografía
Los diez grandes inventos de la evolución. Nick Lane.
Amalur: del átomo a la mente. Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez.
La vida en evolución: moléculas, mente y significado. Christian de Duve.
Los nuevos enigmas del Universo. Robert Clarke.
La vida en un joven planeta. Andew H. Knoll.
Microcosmos. Lynn Margulis y Dorion Sagan.
La cuna de la vida. J.W. Schopf.
El quinto milagro. Paul Davies.
¿Qué es la vida? Ed Regis.
. . .
Internet



Un mundo flotando entre cielo y agua

jueves, 2 de septiembre de 2010

1722. Siglo XVIII de nuestra era. Una pequeña flota compuesta por tres barcos cruza el Pacífico al mando del capitán holandés Jacob Roggeveen. Tras doblar la esquina del continente americano por el sur (Cabo de Hornos), suben hacia las islas Juan Fernández y después desvían su rumbo ligeramente hacia el norte.


Aunque su destino era explorar la tierra austral, en su agenda también estaba intentar encontrar la llamada Tierra de Davis, esa fabulosa isla llena de riquezas que había sido descrita por el pirata inglés Edward Davis. Pasaron al menos 16 días sin que vieran otra cosa que cielo y agua. Es increíble y absolutamente fascinante como lograban los antiguos marinos orientarse en la inmensidad del infinito océano.

De repente, los imprevistos: la flota se ve sorprendida por una tormenta que la envuelve, zarandea y termina por modificar ligeramente su rumbo; a duras penas si consiguieron poder mantener los tres barcos juntos o a la vista. Cuando llega la calma, se adentran en una densa niebla por unas horas. Cuando ésta se disipa, bandadas de pájaros surcan el cielo, indicio claro de la proximidad de tierra. En efecto, a la mañana siguiente, en lontananza se vislumbra la borrosa silueta de lo que parece ser una isla solitaria.

En una primera apreciación, la descripción no coincide con la buscada Tierra de Davis tal como la habían oído. Se puede ver que la isla no es muy grande, algo montañosa, pero parece árida y pobre, apenas si tiene vegetación y además hay que recordar que está tremendamente aislada, muy lejos de cualquier parte. Todas estas razones inducen a pensar al capitán Jacob Roggeveen que la isla no puede estar habitada.

Sin embargo, según el barco se iba acercando a ella, se aprecian varias columnas de humo blanco que se elevan buscando el cielo desde distintas partes de la isla. Esto llama la atención del capitán, que se lleva de inmediato las manos al catalejo para observar la isla con más detalle. Lo que ve entonces, le enmudece: junto a la costa divisa varias decenas de enormes y extrañas estatuas; parecen cabezas de gigantes talladas en piedra y observa que muchas están dispuestas en filas, la mayoría de espaldas al mar…


- ¿Qué es esto? ¿Dónde demonios estamos? ¿Quién y con que fin ha podido hacer esto? Y… ¿Cómo habrán podido mover y levantar esos monstruos?

En efecto, en esa isla no parecía haber nada, excepto esos monstruos gigantes de piedra. La tierra es árida, erosionada, sin un solo árbol y no había ningún vestigio de civilización organizada que pudiera haber hecho esto.

El capitán, perplejo, ordena de inmediato que se eche el ancla a unos 2 Km. de la costa, mientras el resto de la tripulación se disputa el catalejo para ver de cerca a esos gigantes de piedra.

- Bien, parece que no estamos solos en la inmensidad del océano. Necesitamos renovar el agua y recoger provisiones. Está anocheciendo y no es prudente desembarcar ahora, pero mañana con la luz del día habrá que echar un vistazo a esta extraña isla; algo me dice que vamos a encontrar aquí muchas sorpresas

Al día siguiente, y cuando no habían transcurrido muchas horas desde el amanecer, una especie de objeto oscuro se acerca navegando hacia el barco que se hallaba anclado cerca de la costa. Según se va acercando, se puede ir vislumbrando poco a poco de que se trata. Parece una pequeña canoa cargada con una serie de bultos y, detrás, destaca la blanca sonrisa de un hombre que impulsa la pequeña embarcación con sus remos…

- No parece peligroso, dejadle que se acerque, ayudadle a subir a bordo y veamos lo que quiere…

* * *

El 5 de abril del de 1722 es descubierta por los europeos esta pequeña isla en medio de la nada. Era el día de Pascua y de ahí toma su nombre, el cual ha permanecido inmutable hasta la actualidad, si bien los lugareños prefieren llamarla Rapa Nui. Sólo tiene unos 55 Km. de circunferencia, 165 km² de superficie, es una tierra semi-desértica de origen volcánico, y es el pedazo de tierra habitada más aislado del mundo. Se encuentra a 4.800 km. de Tahití y a 3.800 km. de las costas de Chile.

La isla de Pascua encierra una de las historias, rodeada en su propio halo de misterio, más grandes y fascinantes de la humanidad.Un mundo remoto donde los haya y perdido entre cielo y agua, en la inmesidad del océano.
El enigma se sustenta en las casi mil estatuas de piedra llamadas "moai" que pueblan la isla. Y la pregunta es –tal como se la hacía el capitán Jacob Roggeveen- quién, por qué y cómo pudo construirlas y, finalmente, como pudieron desplazarlas y erigirlas en un lugar tan poco poblado, que carece de árboles y metales para fabricar las más elementales herramientas.

¿Qué ha ocurrido aquí?

Para explicar la presencia de los colosos se han elaborado todo tipo de teorías, incluso inverosímiles como la existencia de fuerzas misteriosas capaces de moverlas o incluso la visita de extraterrestres. Pero, por mucho que nos apasionen los misterios, la explicación hay que buscarla en los habitantes humanos de esta isla.

Los primeros pobladores llegaron hacia el año 800-900 de nuestra era y lo hicieron en balsas o canoas, provistos con algunos víveres básicos, tan sólo algunos tipos de plantas y unas pocas gallinas. Si fascinante e increíble nos parece el viaje de Jacob Roggeveen a través del océano Pacífico, sin palabras nos quedamos al pensar en cómo llegarían esos primeros habitantes en simples canoas o balsas, procedentes de otras islas situadas miles de Km. hacia el oeste, pues se sabe que la colonización de la Polinesia fue en la dirección oeste-este. Se cree que los primeros habitantes de Pascua procedían o debieron hacer escala en las islas de Mangareva, Pitcairn o Henderson, que son las tierras más cercanas; aún así están a más de 2.000 km. de Pascua.

¿Acaso hubo otras tierras más próximas ahora sumergidas?

Los nativos cuentan que su rey Hotu Matúa soñó que un cataclismo iba a abnegar sus tierras, por lo que se proveyó de plantas y gallinas y se hizo a la mar con 50 tripulantes y dos grandes canoas. Puso rumbo al oeste y, tras varios días de navegación, tuvo la suerte de toparse con la actual isla de Pascua, para poner el germen de lo que sería una de las civilizaciones más increíbles de todo el planeta.

Diferentes investigaciones han reconstruido el ambiente de la isla de Pascua antes de que llegara el hombre. No era un baldío, sino un tupido bosque de grandes árboles, con una rica fauna y flora, y un mar generoso de especies y aves marinas, aunque con menos corales o mariscos que otras islas polinesias.

Así pues, los primeros colonos polinesios se encontraron con una tierra relativamente fecunda, con un hábitat propicio en el que prosperaron y se multiplicaron.

Hacia el año 1.000, la sociedad de Rapa Nui alcanzó su máximo apogeo y experimentó un fuerte aumento demográfico, iniciándose la construcción de centros ceremoniales de culto a los antepasados, representados a través de esas gigantescas estatuas de piedra que ya conocemos: los moais. Se construían en la ladera del volcán Ranu Raraku y allí se encuentran aún 397 moais sin terminar, lo que hace pensar que la tarea de tallado fue abandonada en forma repentina. Entre estos moais se destaca uno de 21 metros de alto, el más grande de entre todos los encontrados, que no llegó a ser desprendido de su roca base. Creo que el afán de competencia y la megalomanía humana tienen aquí un claro ejemplo de su límite.


Los moais terminados fueron colocados en su momento en diversos lugares. Más de 600 de ellos han sido encontrados a lo largo y ancho de la isla. Muchos miden entre 10 y 12 metros y tienen un peso de alrededor de 50 toneladas.

Las estatuas talladas en la cantera debían trasladarse a sus definitivos enclaves junto a la costa, en la zona dominada por el clan para el que se había construido. ¿Cómo podían mover tales moles?

Por supuesto, no podemos saberlo con seguridad y hay varias teorías que intentan explicarlo con diversos ingenios en base a trineos, palancas, balanceos, cama de troncos, etc. Pero cualquiera que fuese el sistema, éste debía contar el concurso inexorable de muchas personas, con mucho tiempo y mucho alimento para poder realizar tamaño esfuerzo.

Todo debía estar muy bien organizado. Para entonces, la sociedad estaba ya fuertemente estratificada, dividida en extensos linajes, cada uno de los cuales controlaría un determinado territorio; había que reflejar el poder y la cohesión de cada uno de estos clanes, entre los que habría una gran competitividad. Cada uno tenía su propio jefe político, el Ariki Mau, autoridad suprema de carácter hereditario, y había también una casta sacerdotal, encargada de mantener las tradiciones religiosas y el culto a los antepasados. Esto sucede comúnmente en otras civilizaciones humanas basadas en la agricultura y la ganadería, donde los excedentes alimentarios obtenidos procedentes de éstas permiten el mantenimiento de castas políticas, religiosas y burocráticas.

Se calcula que, en el momento de máxima expansión, hubo en la isla cerca de 20.000 habitantes. La creciente población comenzó a talar el bosque más rápidamente de lo que podía regenerarse. Se talaban los árboles para los trineos, bases o estructuras de troncos que servían para transportar a los cada vez mayores moais pero, sobre todo, la gente talaba para crear zonas de cultivo y para muchos otros fines: hacer casas, canoas, herramientas, para leña y para diversos otros temas, como para incinerar a los muertos.

En esa etapa, la sociedad dedicaba su existencia al culto y a la fabricación, transporte, alzamiento y adoración de estos gigantes de piedra. Además, por la competición entre los clanes, los moais cada vez se hacían más grandes y más espectaculares. Si alguien era capaz de ver que aquello era una locura desenfrenada y que era peligroso seguir así, a buen seguro no sería escuchado, cuando no castigado.

En un lugar tan aislado como Pascua no habían otras válvulas de escape, como hubieran podido ser el comerciar con otras islas próximas, invadir, explorar, colonizar, emigrar, etc. Por ello todas las energías se concentraban en la construcción de los famosos moais.

Cada vez más estatuas, cada vez más gente y cada vez más recursos de la isla eran dedicados al mantenimiento de esos rituales y a tratar de sostener a esa población creciente.


El aumento de la población hizo que la presión sobre los recursos y la competencia entre los distintos linajes fuera más intensa. La situación llegó al límite cuando la deforestación casi total de la isla impidió la sostenibilidad del sistema.

Y no sólo la madera como tal, también los cocos de palmera, las manzanas malayas y otros frutos que había en ciertos árboles desaparecieron con ellos. Las ratas que abundaban por toda la isla y que habían llegado como polizones ya en las embarcaciones de los primeros pobladores, ayudaron también a no permitir la reproducción de los árboles cuyos frutos eran roídos por ellas.

Y no sólo los bosques se agotaron. Debido a una caza abusiva, también lo hicieron la totalidad de las aves terrestres y casi todas las marinas que, acosadas, acabaron por sólo anidar en los islotes rocosos próximos a la isla, donde quedaron confinadas. Y, al no haber madera de calidad para hacer buenas y fuertes canoas, ya no se pudo ir a pescar a alta mar y las preciadas marsopas, los atunes y otros peces grandes desaparecieron también de la dieta alimenticia de los antiguos pascuenses.

Cuando el bosque desapareció, la vida se volvió mucho más complicada: la tierra, desnuda y sin protección, se fue erosionando por el viento y la lluvia, lo que la hizo más pobre y menos apta para el cultivo. Los rendimientos de las cosechas descendieron en picado… y comenzó a ser cada vez más duro encontrar comida.

Con la desaparición de excedentes, la isla de Pascua ya no pudo alimentar a jefes, burócratas y sacerdotes. El caos y las disputas locales reemplazaron al gobierno y una clase de guerreros tomó el poder. La población empezó a colapsar, reduciéndose hasta llegar a ser un décimo de lo que había sido. Finalmente, los clanes empezaron a derribar los moais de sus rivales. Se producían constantemente las hostilidades entre los grupos, produciendo un clima de permanente violencia y crisis social.

Y el fantasmagórico aspecto de la cantera de Ranu Raraku: cientos de moais a medio hacer; el panorama de la otrora bulliciosa y concurrida zona, se hallaba en un silencio que helaba la sangre. Es como si, de repente, todo hubiera sido abandonado, dejando cada cosa como estaba, con el tiempo detenido, como si los trabajadores hubieran tenido que salir de súbito corriendo por algún inminente peligro.

La civilización pascuense sucumbió victima de su propia grandeza al agotar todos los recursos naturales necesarios, de tal forma que, cuando los europeos llegaron, se encontraron así la isla: empobrecida, árida, sin árboles, muchas de las estatuas tiradas por el suelo y con la población totalmente diezmada. Todo lo que tenía que ocurrir había ocurrido ya. Lo que encontraron fue el declive de una civilización.


Ojalá los antiguos pascuenses hubieran podido huir a alguna parte, como suelen hacer normalmente otras civilizaciones cuando se agotan los recursos de una zona, buscándolos en otra nueva. Ojalá hubieran podido pedir algún tipo de ayuda a alguien, ojalá hubieran tenido noticias de otras civilizaciones a las que les hubiera ocurrido algo parecido y hubieran podido rectificar a tiempo.

Pero estaban completamente solos, incomunicados, a miles de Km. de ninguna parte, en un pedazo de tierra de recursos finitos y que no supieron administrar.

Y sin recursos ni madera para poder hacer ya nuevas embarcaciones, quedaban aislados, perdidos en un inmenso espacio azul, confinados en un pequeño mundo flotando entre cielo y agua.


Reflexiones y preguntas

No hemos pretendido hacer un estudio exhaustivo y detallado de la antigua civilización de la isla de Pascua. Esto lo podemos encontrar en los muchos textos que hay sobre el tema y a nada que busquemos un poco por la red. Al contrario que aquellos habitantes de Pascua, hoy vivimos en el mundo de la información globalizada y tenemos de forma fácilmente accesible una ingente cantidad de ella; Incluso, a veces, demasiada... y nos conviene aprender a seleccionar la más sesgada de aquella que más nos interesa.

Hemos decidido inaugurar con esta historia nuestra singladura en MAS ALLA DEL BOSQUE, porque la historia de la antigua civilización que pobló la isla de Pascua nos parece ejemplarizante y creemos que nos puede brindar lecciones de lo que el ser humano es capaz de hacer y también podemos tomar lecciones de lo que no se debe hacer.

Una vez expuesta esta historia, nos surgen una serie reflexiones que queremos compartir con todos vosotros.

¿Es la historia que se ha contado aquí una elocuente muestra de nuestro futuro como planeta?

No queremos dar la imagen de catastrofismo que algún lector podría inferir de la pregunta. A donde queremos llegar es a que reflexionemos sobre el hecho de que, obviamente, en la isla de Pascua se daban unas condiciones muy específicas de aislamiento y que, de no haber sido así, los pascuenses, antes que colapsar, habrían escapado a otro sitio aún sin explotar, habrían podido pedir ayuda y haber recibido más recursos de otro lugar o, incluso, podrían haber invadido otras tierras o a otras civilizaciones, etc.

Pascua está asilada en el Pacífico, a miles de Km. de ninguna parte, y nada de esto podían haber hecho, pero… ¿no es cierto que nuestro planeta, La Tierra, está igualmente asilada en el Universo? De aquí se desprende que debamos humildemente tomar nota de esta pequeña historia que acabamos de contar.

Tan aislado estaba Pascua en medio del Pacífico como lo está La Tierra en medio del espacio, a años luz de ninguna parte. La humanidad está poco a poco erosionando los recursos del planeta, todos hemos oído hablar de ello. Cada vez somos más, todos lo sabemos. Y, como en Pascua, de nuevo población creciente contra recursos decrecientes.

Además, la distribución de los recursos es muy desigual entre los habitantes del planeta y eso puede generar una presión, porque los que tienen menos pueden querer tener lo mismo que los que tienen más.

Y, por ahora, tampoco nosotros podemos pedir ayuda a otras civilizaciones extraterrestres ni podemos escapar por el espacio a habitar otro planeta. Hasta aquí esta historia nos recuerda a la otra.


Sin embargo, y a pesar de las innegables y sobrecogedoras similitudes –por otro lado inherentes a la humanidad en si misma-, no tenemos por qué seguir los pasos de la antigua civilización de la isla de Pascua, porque nosotros tenemos algo más: lo sabemos. Tenemos la oportunidad de aprender de los errores que cometieron las civilizaciones del pasado, tenemos a nuestro favor el conocer la experiencia de los otros que han pasado por situaciones similares. Esta es una ventaja con la que los antiguos pascuenses no contaban.

Tenemos además ciencia, tecnología, una unificación informativa y de comunicación a nivel de prácticamente todo el planeta, de manera que podemos unirnos y coordinar las acciones necesarias para regular la natalidad, así como para el reparto y consumo sostenible de los recursos de este planeta. Es muy posible que "todos" podamos vivir más con menos. Otra cosa es que estemos dispuestos a hacerlo.

Sólo tenemos que ser conscientes del problema y no dejarnos llevar como si a nosotros no nos fuera a tocar. Todos estamos en el mismo barco, por ahora en el único que conocemos que sea capaz de crear vida... y navegar con ella por el Universo.

Todo esto es lo que proponemos reflexionar y os invitamos a participar dejando vuestros comentarios…



Prefacio

lunes, 6 de octubre de 2008

En este espacio vamos a tratar de contar, de una forma sucinta, amena y accesible, relatos o bosquejos sobre diferente temática de la historia global de la humanidad. Sin perdernos en los detalles ni en excesivos datos; sin emular pesados y toscos manuales, pues ni habría espacio para ello ni es nuestro objetivo. Usando un estilo siempre fácil y amigable, vamos a contar las cosas y vamos a tratar de quedarnos con las ideas, con la esencia, con las enseñanzas y con los conceptos globales, con el fin de ir organizando conceptos clave en nuestra mente y, en fin, averiguando un poco más cada vez sobre por qué somos como somos y hacemos lo que hacemos, lo cual si es el objetivo de MÁS ALLÁ DEL BOSQUE.

Hoy día, el acceso a la información es muy fácil y cada cuál puede ampliar el tema que más le interese. Aquí, en este BOSQUE, nos vamos a centrar en una comprensión y estudio de la globalidad, a modo de base para cualquier incursión posterior.

No vamos a ceñirnos a la historia al uso, limitándonos a cuando aparece la escritura hace unos 5.500 años, pues aunque es la parte de la que más información se dispone, hablar sólo sobre esto es hablar sólo del final de la historia de un planeta que existe desde hace un millón de veces ese tiempo.

Estamos dispuestos, pues, a cruzar el umbral de lo cognoscible a través de los datos que nos aporta la ciencia. Nos apoyaremos en la geología, la biología, la física, la geografía y el clima, pues consideramos que son éstos factores determinantes para entender lo ocurrido antes de nuestra existencia y también nos ayuda a enfocar la propia evolución humana, a conocer y a entender a las distintas civilizaciones, muchas veces moldeadas por sus entornos físicos.

Y esta forma tan global de contar la historia, con la suficiente perspectiva, apoyándonos y entrelazando varias disciplinas de conocimiento y aunando las distintas ciencias, tanto naturales como sociales, es lo que llamamos “Gran Historia” (*).

Debatiremos, reflexionaremos y nos haremos preguntas sobre nosotros mismos, sobre nuestro pasado y también sobre nuestro presente. Y trataremos de buscar respuestas; aprender las lecciones que nos da la historia, la ciencia, y el conocimiento de nosostros mismos, para tratar de enfrentarnos a un mejor futuro.

Si quieres saber más del mundo en que vivimos, que clase de criaturas somos, como actuamos e interactuamos, en fin, como somos y como hemos llegado a serlo, te invitamos a sumergirte en este mar del tiempo y a participar de este desafío que es tratar de entendernos a nosotros mismos y al medio que nos ha visto nacer y que nos rodea.

Acompáñanos y vamos a descubrirlo entre todos…


* "Gran Historia" es un término acuñado por el historiador David Christian, para definir esta forma de contar la Historia desde el principio más absoluto, aunando la historia natural y la humana. También va en esa línea el trabajo de Jared Diamond, autor de libros de divulgación sobre temas relacionados con la antropología, evolución, biología, ecología y genética, contemplando estas disciplinas desde el punto de vista histórico. Y, por último, mencionar a Juan Antonio Cebrián, quien han sabido hacernos creer que contar la Historia es como contar un cuento. Desde aquí mi agradecimiento a éstos y otros autores -iremos citando la bibliografía- por todo lo que me han enseñado. Soy mejor persona desde que les he conocido.



 
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